Traemos hoy a LAS LIBERTADES el recuerdo de uno de los tantos carlistas asturianos que murieron trasterrados, en este caso en otra región que se convirtió también en la suya: las Islas Canarias. El fallecimiento debió ocurrir alrededor de estos días, hace ochenta y cuatro años. Reproducimos la biografía que el 16 de diciembre de 1932 publicó, remitida desde Oviedo, el periódico de Madrid El Cruzado Español.
Tras el primer trasterramiento canario, la guerra y el exilio francés que la siguió, don Aniceto Boves debió volver a asentarse en Oviedo algún tiempo. Encontramos algún impreso con fecha de 1897 y el pie de la Imprenta de Aniceto Boves y Goñi. La imprenta fue oficio y negocio emprendido por no pocos carlistas, como entre nosotros el propio Juan María Acebal. Algunos de ese origen llegaron casi a nuestros días, como la Imprenta La Cruz.
El autor de la biografía de Aniceto Boves menciona entre sus compañeros de la Tercera Guerra Carlista al «respetable y honorabilísimo veterano don Emilio Valenciano, cuya vida prolongue Dios muchos años». Sólo dos más los prolongaría: los rojos asesinarían a don Emilio Valenciano Díaz en Olloniego el 10 de octubre de 1934, cuando contaba ochenta y tres años de edad. Durante esa Revolución de 1934 que ahora el Ayuntamiento de Oviedo celebra, festeja y hace objeto de itinerarios turísticos.
VIDAS EJEMPLARES
Don Aniceto Boves Goñi
El prestigioso veterano, de cuya muerte, ocurrida en Valsequillo (Canarias), dimos noticia pocos días hace, nació en Oviedo, en la Puerta Nueva Baja, siendo sus padres católicos ejemplares y realistas de los convencidos.
El ambiente de piedad de su hogar y la cristiana educación que recibía de sus progenitores despertaron en el finado la vocación eclesiástica, y en el Seminario ovetense, de donde salieron tantos sacerdotes ilustres, comenzó sus estudios, captándose las simpatías de sus profesores y compañeros por su aplicación y claro talento y no menos por su vivacidad de ingenio y sus felicísimas ocurrencias, que conservó en su larga vida.
Y heredó, también, de sus padres su adhesión a la Legitimidad y la consecuencia de sus Ideales. Así se explica que, apenas se inició el levantamiento de los partidarios de Don Carlos en el Norte y habiendo repercutido ese movimiento en Asturias, fuera de los primeros que. Aquí, con el respetable y honorabilísimo veterano don Emilio Valenciano, cuya vida prolongue Dios muchos años, y los ya fallecidos don Francisco Cayado, Cura de Muñó, don Francisco Viejo, el Cura de Luanco, señor Pola, y otros más que no recuerdo ahora, se agrupase a las órdenes del caballeroso jefe carlista don Ruperto Carlos de Viguri, abandonando las aulas del Seminario y dispuesto a servir a Dios en los campos de batalla, ya que, entonces, como hoy, era perseguida la Iglesia, maltratados sus Ministros, además de ser de nobles y cristianos defender el Derecho, refugiado en el destierro.
Y aquella pequeña partida, acaudillada por Viguri, compuesta de diez o doce animosos jóvenes, entre ellos el finado don Aniceto, se dirigían a los campos del Norte por las montañas de Teverga, que dan acceso a León, cuando fueron hechos prisioneros en Torrebarrio, pueblo de la región leonesa, y conducidos a Oviedo, ingresando primero en la llamada Galera y más tarde en la cárcel-fortaleza, ambos edificios ya derribados.
Previo el juicio de rigor, unos de los detenidos fueron deportados a Canarias, quedando sólo en Oviedo, en concepto de hospitalizados, los señores Boves y Pola, Cura de Luanco.
Fugado del Hospital, valiéndose de una habilidosa estratagema, cómica de veras, que muchas veces oímos narrar al propio protagonista, y que nos confirman algunos veteranos de su tiempo, pudo el prestigioso carlista señor Boves escapar al Norte y allí incorporarse a las fuerzas castellanas.
Tomó parte en varias y muy importantes acciones de guerra y mereció honrosas distinciones —cruces y medallas— que acreditaban su valor y el pago de las heridas recibidas en defensa de la Legitimidad.
Y el antiguo alumno de Teología, que si, como seminarista, fue modelo de jóvenes piadosos, como soldado jamás conoció el peligro ni retrocedió ante la muerte, pasó por Valcarlos, terminada la guerra, al destierro, ostentando el grado de Capitán.
Vivió en Francia varios años, sufriendo las amarguras que son de suponer, pero satisfecho del deber cumplido; y cuando retornó a su Patria, siguió pensando con firmeza religiosa y con lealtad carlista, no claudicando jamás de lo que tenía por su mejor blasón.
Su vida fue ejemplar y su muerte la de un santo, según cartas que recibimos de Canarias. Fue breve su enfermedad y recibió de rodillas la Sagrada Comunión, administrada por Viático. Los carlistas no tiemblan, saben crecerse ante la muerte. ¿Cómo temblar al ofrendar su vida a Dios, quien no tembló al ofrendar su vida al Rey?
Los católicos, y, por añadidura, carlistas, del temple de don Aniceto mueren como él murió, tranquilamente, santamente, invocando a Dios y consolando a los suyos. Bendijo a sus hijos, y un minuto después descansaba en el Señor.
¡Que Él haya premiado largamente las virtudes de su siervo y nosotros imitemos las virtudes y la fidelidad de nuestro amigo y correligionario!
Los que aquí fuimos testigos de su fe acendrada y de su lealtad ferviente, juremos ante su tumba seguir, como él, las rutas gloriosas de los patrióticos deberes.
José María DE LA ESTRELLA
Oviedo 6-XII-932.