Ayer domingo distribuía la agencia FARO la nota que más abajo reproducimos: Este lunes es 25 de julio, fiesta de Santiago Apóstol, Patrono Mayor de las Españas. ¿Está preparado para observarla y celebrarla? Se aplica perfectamente al caso de Asturias, donde no es festivo oficial desde los días del Pedro Sánchez de las décadas de 1980 y 1990, el también socialista y también agente estadounidense Felipe González. Y donde tampoco tenemos Misa (Misa tradicional, se entiende) hoy.
El patronazgo de Santiago fue proclamado por la Monarquía asturiana. Por Asturias discurre el Camino primitivo de Santiago. Todo esto es sabido. El Camino de Santiago llena de vez en cuando las bocas de los políticos del régimen en Asturias. Claro que ellos lo ven, o quieren verlo, como una especie de Benidorm en movimiento. Su verdadero significado les espeluzna. Por eso nos someten a la vergüenza de tratar la fiesta de hoy como día laborable. No es admisible.
Este lunes 25 de julio es la fiesta de Santiago Apóstol, Patrono Mayor de las Españas. Y, sin embargo, en este régimen constitucional (benéfico, si atendemos a las alabanzas que frecuentemente recibe de parte de conspicuos miembros de la Conferencia Episcopal) no es festivo.
Según en qué «comunidad autónoma» o en qué municipio nos encontremos, será festivo oficial o no. ¿Nos exime esa circunstancia de observar la festividad?
De ninguna manera. Todos podemos cumplir con nuestra obligación de católicos y españoles, y contribuir con ello a que la fiesta se observe, al margen de una España oficial que suplanta a la España real.
No todos podrán, sin riesgo grave, faltar al trabajo o cerrar sus negocios este lunes. Pero muchos sí pueden. Y deberían hacerlo.
Aquellos estudiantes que estén recibiendo clases este verano sí pueden faltar a ellas el día 25. Y deben hacerlo.
Todos pueden abstenerse de hacer compras. Incluso por Internet. Y deben hacerlo.
Y aquéllos (no tantos, por desgracia) que estén a distancia razonable de la Santa Misa tradicional, deben acudir.
Hay quienes ponen en duda la eficacia o necesidad de campañas como ésta. Son ciertamente necios.
En 1988 otro Gobierno socialista, presidido por Felipe González, quiso quitar el carácter festivo al día 8 de diciembre, fiesta de la Inmaculada Concepción, Patrona Mayor de las Españas. El argumento era fácil, hasta «razonable»: la proximidad de la fiesta neopagana de la Constitución, el 6 de diciembre, que convertía la irracional y entonces reciente costumbre de los puentes festivos en un verdadero acueducto. El Gobierno se avenía incluso a «trasladar» el festivo al día 5, víspera del de su «inmaculada» Constitución.
La reacción de la España real fue memorable. Y no se contaba con Internet, ni con «redes sociales», ni con teléfonos móviles… Millones de firmas (de firmas de verdad, en papel) recogidas; cientos de miles de pasquines y folletos repartidos, especialmente a la salida de los templos; decenas de miles de carteles y pegatinas fijados en las calles; cientos de cartas al director de los medios; acciones directas contra los promotores de la supresión de la fiesta.
Inclinada a subirse al caballo ganador, incluso la nefasta Conferencia Episcopal Española se sumó a la campaña. Y la fiesta se mantuvo. Hasta hoy.
Aquella defensa de la Inmaculada implicó a muchos. Pero no cabe duda de que fue capitaneada por la Comunión Tradicionalista.
Sin embargo, en el mismo lote esa Conferencia Episcopal pactó la supresión del carácter festivo nacional de las fiestas de San José y del Jueves Santo (que podía haber recuperado tranquilamente su antigua condición de media fiesta; pero ni eso), del Corpus Christi y de la Ascensión («trasladadas» éstas litúrgicamente, dentro del caos litúrgico del «Novus Ordo» al domingo; siguiendo el modelo napoleónico, para mayor burla y escarnio).
El Gobierno lo intentó también con la fiesta de los Reyes Magos; pero aquí los grandes intereses comerciales se lo impidieron. Treinta y cuatro años después, con la constante propaganda que va convirtiendo la Navidad neoespañola en una imitación cutre de la estadounidense (falsificación ésta en el que se distinguen por su entusiasmo los ayuntamientos de derechas), no sabemos si esa resistencia durará mucho tiempo.
¿Cómo es posible que los carlistas perdieran tanto fuelle tras 1988? ¿Por qué sus campañas actuales no tienen tanto eco?
La primera y más evidente respuesta es: porque muchos de los carlistas actuales viven en el desánimo y la ambigüedad. Pero, ¿cómo han llegado a ello?
Volvamos la vista a 1988, el año en que se salvó la fiesta de la Inmaculada. El año anterior se habían sellado los acuerdos de «unidad operativa», por los cuales la Comunión Tradicionalista admitía en su seno a grupos e individuos supuestamente carlistas que se hallaban apartados de su disciplina. Grupos e individuos que, una vez dentro, maniobraron para hacerse con el control de los registros legales de la Comunión; algo que les resultó fácil, dada la poca consideración que los carlistas han dado siempre a la «legalidad» ilegítima.
Además encontraron aliados entre algunos miembros de la Comunión de toda la vida. Gentes que habían abrazado el vaticanosegundismo: vinculados al Opus unos, otros entregados a la citada Conferencia Episcopal. Aquella nada santa alianza fue obstaculizando las campañas enérgicas; incluso desautorizándolas. Como es natural: habían llegado al laicismo por la vía de su propia «confesionalidad católica». Un laicismo que no impedía rosarios públicos, pues se trataba de la versión vaticanosegundista de la «laicidad».
Por esas y otras maniobras, cundió el desánimo. La mayoría de los carlistas de entonces cesaron en su militancia y se retiraron a sus casas. Se fueron cerrando los círculos que quedaban.
La sangría la cerró Don Sixto Enrique de Borbón reorganizando la Comunión en 2001. Pero las heridas permanecieron. Permanecieron también unos restos, cada vez más exiguos, de aquella alianza clericalista y neolaicista: la falsa «comunión tradicionalista carlista», la FCTC, que hoy —ahora bajo el control de la sociedad secreta conocida como el Yunque— sigue procurando aportar confusión, aparte de apoyo al partido liberal y judaizante Vox.
Contra todos ellos, ¡Santiago y cierra, España!
No olvidemos tampoco los carlistas que este lunes es la onomástica del Rey Don Jaime III (1909-1931), de grata memoria.
Vivamos el día 25 de julio como festivo. Nuestro celestial patrono nos ayudará a recuperar nuestra Patria.
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