Posts Tagged ‘Requeté’

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Mártires de la Tradición, Gijón 22 de marzo

marzo 14, 2023

Como se había advertido cuando se anunció la Santa Misa por los Mártires de la Tradición en Oviedo, que se celebró el pasado día 5 de marzo, se anuncian ahora los actos que con idéntico motivo tendrán lugar en Gijón el miércoles 22 de marzo, si Dios quiere.

La fiesta de los Mártires de la Tradición fue instituida en 1895 por el Rey Don Carlos VII, desde su exilio en Venecia: «una fiesta nacional en honor de los mártires que, desde principio del s. XIX, han perecido a la sombra de la bandera de Dios, Patria y Rey, en los campos de batalla, en el destierro, en los calabozos y en los hospitales; y designo para celebrarla el día 10 de marzo de cada año, día en que se conmemora el aniversario de la muerte de mi abuelo Carlos V».

Por necesidades organizativas a menudo se traslada su celebración a fechas cercanas. En Gijón se oficiará la Santa Misa por los Mártires de la Tradición el miércoles 22 de marzo, a las 13:00 (una de la tarde) en una capilla particular de Cabueñes. A continuación se celebrará una comida de hermandad. Información y reservas: asturias@carlismo.es

Comunión Tradicionalista del Principado de Asturias
Círculo Cultural Juan Vázquez de Mella

Además de la Misa ya celebrada en Oviedo, una representación de carlistas asturianos, encabezada por el jefe regional de la Comunión Tradicionalista, acudió a los actos centrales por los Mártires de la Tradición 2023 que con gran éxito tuvieron lugar en Valencia el pasado sábado 11 de marzo.

Lista de actos por los Mártires de la Tradición en toda la Hispanidad: https://carlismo.es/actos-por-los-martires-de-la-tradicion-2023/

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Mártires de la Tradición, Oviedo 5 de marzo

marzo 3, 2023

La fiesta de los Mártires de la Tradición fue instituida en 1895 por el Rey Don Carlos VII, desde su exilio en Venecia: «una fiesta nacional en honor de los mártires que, desde principio del s. XIX, han perecido a la sombra de la bandera de Dios, Patria y Rey, en los campos de batalla, en el destierro, en los calabozos y en los hospitales; y designo para celebrarla el día 10 de marzo de cada año, día en que se conmemora el aniversario de la muerte de mi abuelo Carlos V».

Por necesidades organizativas a menudo se traslada su celebración a fechas cercanas. En Oviedo se oficiará la Santa Misa por los Mártires de la Tradición el domingo 5 de marzo, a las 12 del mediodía, en la Ermita de Santo Medero (Latores).

Comunión Tradicionalista del Principado de Asturias
Círculo Cultural Juan Vázquez de Mella

Quienes lo deseen pueden también unirse al rezo en línea del Santo Rosario por los Mártires de la Tradición, el sábado 4 de marzo a las 20:00 (ocho de la tarde, D.m.), que organizan las Margaritas mediante la plataforma Zoom. Detalles en https://carlismo.es/4-de-marzo-de-2023-santo-rosario-en-linea-por-los-martires-de-la-tradicion/

Es posible que en las próximas fechas se anuncien más actos por los Mártires de la Tradición en otros lugares de Asturias.

Actos centrales por los Mártires de la Tradición 2023, Valencia, sábado 11 de marzo: https://carlismo.es/actos-centrales-por-los-martires-de-la-tradicion-2023-valencia-11-de-marzo/

Lista de actos por los Mártires de la Tradición en toda la Hispanidad: https://carlismo.es/actos-por-los-martires-de-la-tradicion-2023/

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Los Fresno y la desmemoria de Sánchez Vicente

julio 15, 2022
Vista del Estadio Hermanos Fresno a fines de la década de 1960 o principios de la de 1970, con dos chabolas de gitanos portugueses adosadas al exterior de su muro trasero

El pasado miércoles 13 de julio, la Junta Local de Gijón de la Comunión Tradicionalista envió la siguiente carta al director de La Nueva España.

Señor Director:

En LA NUEVA ESPAÑA de 13 de julio aparece un artículo titulado «Desmemoria y memoria», en el cual el Sr. Sánchez Vicente (Juan José o Xuan Xosé) escribe: «Los hermanos Fresno fueron unos falangistas asesinados durante la Guerra Civil. En su memoria, los vencedores denominaron «Los Fresno» a una calle, la actual de La Argandona, y un campo de fútbol».

Hay mucha desmemoria en ese relato. Los hermanos Fresno no eran falangistas, sino carlistas: mandos del Requeté de Gijón e hijos de don Manuel Fresno, veterinario municipal y jefe local carlista. El campo de fútbol «Hermanos Fresno», donde ahora se alza el centro comercial, se llamaba así por haberlo construido el Club Deportivo Oriamendi, tapadera del requeté local en la clandestinidad de posguerra.

A pesar del decidido anticarlismo del régimen de Franco y de los modos nazifascistas de su primera etapa, en Gijón mantenía prestigio y cierta influencia la Comunión Tradicionalista, con figuras como el citado Manuel Fresno o el concejal Rufino Menéndez, a quien se debe el Parque de Isabel la Católica. A esa influencia se debió también el nombre de calles como la de los Hermanos Fresno (con el motivo adicional de que en ella se encontrara el estadio de fútbol del mismo nombre), la de Oriamendi, etc.

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Rosa Menéndez de Caldevilla e «Iglesia-Mundo»

enero 31, 2022

El lunes 24 de enero, tres meses antes de cumplir los cien años, ha fallecido en Madrid Rosa María Menéndez Carrillo, viuda de Jaime Caldevilla García del Villar. Ambos nombres van unidos al de la revista Iglesia-Mundo. Jaime Caldevilla, asturiano como su mujer, que había sufrido prisión durante la revolución de 1934, durante la guerra combatió en el Tercio de Requetés de Nuestra Señora de Covadonga. Estudió posteriormente Filosofía y Derecho en Oviedo, aunque su principal dedicación iba a ser el periodismo. Dirigió el diario Región y desempeñó el puesto de consejero de Información y Prensa en la Embajada de España en Cuba, participando como experto de la delegación española en tres asambleas generales de Naciones Unidas. Su época cubana coincide con la revolución castrista, periodo en el que facilitó la salida de la isla a miles de españoles y cubanos. Respecto de éstos su ayuda se extendió y recuerdo en la redacción y administración de Iglesia-Mundo a varios cubanos que se habían beneficiado de su generosidad.

Nació la revista en 1971, en el contexto de la famosa Asamblea Conjunta de obispos y sacerdotes, que agitó las aguas eclesiásticas con la aparición —que a algunos sorprendió, cuando lo que sorprendía era la sorpresa— de un progresismo campante. Una treintena de obispos se hallaba detrás del proyecto, aunque el número decreciera enseguida sensiblemente. Don Laureano Castán Lacoma, obispo de Sigüenza, y don José Guerra Campos, obispo auxiliar de Madrid, se distinguieron particularmente por su apoyo. Además, las tensiones entre los propios obispos, de un lado, y entre los obispos y la revista, de otro, no tardaron en aparecer. El arzobispo de Toledo, don Marcelo González Martín, que quizá no tuvo vinculación inicial con la empresa, fue adquiriendo en cambio con el paso del tiempo indudable relieve. Las razones de todo ello tienen algún punto de misterio, no ajeno al desenvolvimiento de las sapinières eclesiásticas. Y también a la acción de los servicios de información del régimen de Franco. Porque Carrero Blanco también andaba en el juego.

La revista, en todo caso, se movió generalmente por los predios del conservadurismo eclesial, sin entusiasmo por las reformas conciliares, pero sin oponerse tampoco decididamente a ellas. En este sentido, roturaba otros campos distintos de los del ¿Qué pasa?, cuya segunda época, la más interesante, se extendió entre 1964 y 1973, con un estrambote entre 1978 y 1981. La publicación dirigida por el «jabalí» Pérez Madrigal, más selvática, no era controlable por la jerarquía eclesiástica, aunque del lado civil también se moviera alguna mano. Así pues, los colaboradores tradicionalistas eran particularmente visibles. Y, entre ellos, destacaba el libérrimo Alberto Ruiz de Galarreta y su legión de nombres de pluma. En Iglesia-Mundo, en cambio, sólo ocasionalmente pudo darse alguna apertura al tradicionalismo y siempre que no resultara chocante al establishment clerical y civil.

Jaime Caldevilla apenas sobrevivió a Franco, pues falleció en 1976. Su viuda, Rosa, tomó entonces el relevo. De ese momento inmediatamente posterior a la desaparición del primer director datan mis primeros recuerdos personales de Iglesia-Mundo. En 1978, EDIMSA, esto es «Ediciones Iglesia-Mundo, Sociedad Anónima», nombró director a Jesús María Zuloaga, periodista experimentado, inquieto y más bien disparatado, que cambió el formato, de manera poco feliz, y nunca llegó a identificarse ni con la línea fundacional ni con la que otros hubiéramos preferido adquiriese. De origen opusiano, aunque a la sazón con alguna autonomía, fue represaliado como director de Semana en 1966 por haber publicado la víspera del acto anual de Montejurra, en la portada, una foto de Carlos Hugo de Borbón (antes de que cupiera imaginar su posterior traición) con su mujer la Princesa Irene de Lippe-Biesterfeld, seguida de un reportaje interior. Guardo memoria de los consejos de redacción, donde la presencia carlista no era menor, con Juan Sáenz-Díez, Ignacio Toca y Rafael Gambra, además de Juan María Bonelli, Eulogio Ramírez, Vicente Marrero y los dominicos —ambos asturianos— Victorino Rodríguez y Manuel de Tuya. Pero los consejos de redacción no eran decisorios. Decidía Rosa, directora en la sombra, aunque sin entrometerse —todo sea dicho— en las cuestiones técnicas. Rosa Menéndez era una mujer de temperamento fuerte y ejercía —pese a no haber tenido hijos— en su familia de origen como una suerte de matriarca. Sostuvo así con una generosidad y un vigor admirables la que había sido empresa de su marido y que fue también la de su vida.

Zuloaga duró poco, pese a que se esforzó en renovar la revista, pero sin criterio. Una pena, porque era persona con iniciativa y que se hacía querer. Pero era demasiado obvia su inadecuación para una revista del signo de Iglesia-Mundo. Tras una transición en la que, como en la ocasión anterior, se hizo cargo Pedro Rodrigo, buena persona, franco-falangista típico sin particular interés, en 1988 la empresa nombró director a Ricardo Pardo Zancada. Comandante de Infantería, acababa de salir de prisión, a donde había ido a dar de resultas de la intentona del 23-F, en la que por mantener su palabra había participado —entrando en el Congreso— cuando todo estaba ya perdido. Había aprovechado el paso por la prisión militar de Alcalá de Henares para doctorarse en Ciencias de la Información, pues a su formación militar unía la universitaria de periodismo y antes de los hechos evocados había ejercido de redactor-jefe de la revista del Apostolado Castrense Reconquista. Pardo Zancada era un caballero, pero aún menos adecuado que Zuloaga para la dirección de Iglesia-Mundo, pues —pese a esa experiencia periodística— su conocimiento de los asuntos eclesiásticos no era demasiado extenso ni agudo y, además, era de Estado Mayor, esto es, cuadriculado por definición. La revista fue declinando, y no sólo por su culpa, con las inevitables consecuencias económicas, de modo que Pardo Zancada hubo de dejar la dirección, que volvió a las manos —una vez más— de Pedro Rodrigo. El principal elemento de continuidad siguió siendo Rosa Menéndez, en funciones de redactor-jefe, que en verdad quería decir de jefe de todo.

Esos últimos años, la revista se vio obligada a dejar su sede de José Abascal, 57, para trasladarse a una mucho más modesta en el barrio de la Fuente del Berro. Donde moriría merced a la devoción de Rosa, combinada con una decisión equivocada. Javier Urcelay, que merodeaba en ocasiones por la redacción, pero sin formar parte del consejo, presentó un ambicioso proyecto de relanzamiento de la revista, que implicaba unos costes que la empresa no estaba en condiciones de soportar. El cuento de la lechera en versión de tinta y papel. Me opuse en solitario con decisión y cuando me vi derrotado, sin polémicas, le dije reservadamente a Rosa que la revista moriría inevitablemente en poco tiempo desangrada por un gasto que no se resolvería en el crecimiento de los ingresos. Así fue. Si no me confundo, en 1994. El promotor, por cierto, trató de extender el plan a Verbo y la Ciudad Católica, con rotundo fracaso en este caso, pues ahí fue rechazado de modo completo. Como seguí tratando a Rosa Caldevilla, tuve ocasión de evocar la desgraciada decisión más adelante varias veces. En honor a la verdad, Rosa nunca quiso ahondar en el asunto. Lo que me hace sospechar la mano negra de algún sodalicio secreto o, como dicen, discreto.

Nunca dejamos de vernos o de hablar por teléfono. Con gran generosidad me solía llamar para comentar aquellas de mis actividades apostólicas de que tenía noticia por el papel impreso. Sobre todo en Verbo, pero también en el ABC. Las llamadas se fueron espaciando por causa de las dificultades crecientes de audición. De manera que los contactos se limitaron a las visitas, demasiado pocas, que de cuando en cuando le hacía. Todavía en 2019 acudí a su casa de Doctor Fleming, donde la acompañaban ese día una de sus hermanas pequeñas con alguno de sus sobrinos. Estaba muy mayor, claro, pero lúcida, sonriente y decidida. Como siempre. Me fui con esa alegría. Estos dos últimos años han sido perdidos, a causa de las circunstancias de sobra conocidas. Casi centenaria, con la fe recia que siempre tuvo, nos acaba de dejar. Requiescat in pace.

Miguel Ayuso

La redacción de LAS LIBERTADES agradece al Profesor Miguel Ayuso Torres, presidente del Consejo de Estudios Hispánicos Felipe II y director de la revista Verbo, esta necrológica que nos envía desde Madrid de la asturiana Rosa María Menéndez Carrillo, que es también historia del periodismo asturiano.

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Testamento político del Rey Don Carlos VII

julio 18, 2021

Hoy, día 18 de julio de 2021, se cumple el LXXXV aniversario del Alzamiento Nacional que en 1936 daría inicio a la Cruzada de Liberación, y el CXII de la muerte en el exilio en Varese en 1909 de Su Majestad Católica Don Carlos VII, Rey legítimo de las Españas. En la tarde de este domingo la Comunión Tradicionalista celebrará en Gijón actos conmemorativos.

A quienes entienden correctamente la historia como obra de la Providencia de Dios no se les escapará la coincidencia de ciertas fechas. Don Carlos María de los Dolores de Borbón y Austria-Este, Carlos VII, cruzó la frontera pirenaica al término de la Tercera Guerra Carlista, escoltado por el Batallón de Guías de Asturias, «los leales asturianos». Era el 28 de febrero de 1876. Entonces lanzó su famoso «¡Volveré!». Lo reiteró en su Testamento Político, fechado en Venecia el 6 de enero de 1897: «Si España es sanable, a ella volveré, aunque haya muerto. Volveré con mis principios, únicos que pueden devolverle su grandeza; volveré con mi bandera, que no rendí jamás y que he tenido el honor y la dicha de conservaros sin una sola mancha, negándome a toda componenda para que podáis tremolarla muy alta».

Murió Don Carlos VII el 18 de julio de 1909. El mismo día de 1936, reinando de iure desde su exilio en Viena su hermano Don Alfonso Carlos, el Requeté se lanzó al Alzamiento Nacional. Volvió, pues, Don Carlos con sus principios y con su bandera, aunque ya hubiese muerto. En 1939, treinta años después de la muerte de Carlos VII, alcanzó la victoria el bando nacional. El Carlismo triunfó militarmente, aunque perdió la paz y fue apartado de la organización política del nuevo régimen, que —precisamente por ese abandono de la Tradición y de la Legitimidad— no se consolidó y fue deteriorándose hasta llegar al caos actual. No obstante la Comunión Tradicionalista influyó mucho durante años para poner freno a la extranjerización, el laicismo y el totalitarismo: «gobernó desde fuera».

Para recordar cómo debía haber sido la verdadera restauración, la plena y definitiva vuelta de Don Carlos VII y sus principios, reproducimos a continuación su Testamento Político.

A los carlistas

En el pleno uso de mis facultades, cuando mi vida, más larga en experiencia que en años, no parece todavía, según las probabilidades humanas, próxima a su fin, quiero dejar consignados mis sentimientos, a vosotros, mis fieles y queridos carlistas, que sois una parte de mí mismo.

Desde mi casa del destierro, pensando en mi muerte y en la vida de España, con la mente fija en el tiempo y en la eternidad, trazo estas líneas para que, más allá de la tumba, lleven mi voz a vuestros hogares y, en ellos, evoquen la imagen del que tanto amasteis y tanto os amó.

Cuando se hagan públicas, habré ya comparecido ante la divina presencia del Supremo Juez. Él, que escudriña los corazones, sabe que no las dicta solamente un sentimiento de natural orgullo. Inspíranlas el deber y el amor a España y a vosotros, que han sido siempre norte de mi vida.

Parecíame ésta truncada si no os dejase un testamento político, condensando el fruto de mi experiencia, y que os pruebe que aun después de que mi corazón haya cesado de latir, mi alma permanece entre vosotros solícita a vuestras necesidades, reconocida a vuestro cariño, celosa de vuestro bienestar, alma, en fin, de padre amantísimo, como yo he querido ser siempre para vosotros.

Deuda de gratitud

Pago, además, una deuda de gratitud.

Sois mi familia, el ejemplo y el consuelo de toda mi vida, según he dicho en momentos solemnes. Vuestro heroísmo, vuestra constancia, vuestra abnegación, vuestra nobleza, me han servido de estímulo inmenso en los días de lucha y de prosperidad, y de fortísimo sostén en las amarguras, en los sufrimientos, en la terrible inacción, la más dura de todas las cruces, la única que ha quebrantado mis hombros en mi vida de combate.

No puedo corresponder de otra manera a todo lo que os debo, que tratando de dejaros en estos renglones lo mejor de mi espíritu.

Fe y patriotismo

En mi testamento privado confirmo la ferviente declaración de mi fe católica. Quiero aquí repetirla y confirmarla a la faz del mundo.

Sólo a Dios es dado conocer qué circunstancias rodearán mi muerte. Pero sorpréndame en el Trono de mis mayores, o en el campo de batalla, o en el ostracismo, víctima de la revolución, a la que declaré guerra implacable, espero poder exhalar mi último aliento besando un crucifijo, y pido al Redentor del mundo que acepte esta vida mía, que a España he consagrado como holocausto para la redención de España.

Con verdad os declaro que, en toda mi existencia, desde que en la infancia alborearon en mí los primeros destellos de la razón, hasta ahora que he llegado a la madurez de mi virilidad, siempre hice todo según lealmente lo entendí, y jamás dejé por hacer nada que creyese útil a nuestra Patria y a la gran Causa que durante tanto tiempo me cupo la honra de acaudillar.

«Volveré con mis principios…»

Volveré, os dije en Valcarlos, aquel amargo día, memorable entre los más memorables de mi vida. Y aquella promesa, brotada de lo más hondo de mi ser, con fe, convicción y entusiasmo inquebrantable, sigo esperando firmemente que ha de cumplirse. Pero si Dios, en sus inescrutables designios, tuviese decidido lo contrario; si mis ojos no han de ver más ese cielo que me hace encontrar pálidos todos los otros; si he de morir lejos de esta tierra bendita, cuya nostalgia me acompaña por todas partes, aún así no sería una palabra vana aquel grito de mi corazón.

Si España es sanable, a ella volveré, aunque haya muerto. Volveré con mis principios, únicos que pueden devolverle su grandeza; volveré con mi bandera, que no rendí jamás y que he tenido el honor y la dicha de conservaros sin una sola mancha, negándome a toda componenda para que podáis tremolarla muy alta.

Esperanza de gloria

La vida de un hombre es apenas un día en la vida de las naciones.

Nada habría podido mi esfuerzo personal si vuestro concurso no me hubiese ayudado a crear esa vigorosa juventud creyente y patriótica, que yo veo preparada a recoger nuestra herencia y a proseguir nuestra misión. Si en mi carrera por el mundo he logrado conservar para España esa esperanza de gloria, muero satisfecho, y cúmpleme decir con legítimo orgullo que en el destierro, en la desgracia, en la persecución, he gobernado a mi Patria más propiamente que los que se han ido pasando las riendas del Poder.

El dique antirrevolucionario

Gobernar no es transigir, como vergonzosamente creían y practicaban los adversarios políticos que me han hecho frente con las apariencias materiales del triunfo. Gobernar es resistir, a la manera que la cabeza resiste a las pasiones en el hombre bien equilibrado. Sin mi resistencia y la vuestra, ¿qué dique hubieran podido oponer al torrente revolucionario los falsos hombres de gobierno que, en mis tiempos, se han sucedido en España? Lo que del naufragio se ha salvado, lo salvamos nosotros, que no ellos; lo salvamos contra su voluntad y a costa de nuestras energías.

Dinastía inextinguible

¡Adelante, mis queridos carlistas! ¡Adelante por Dios y por España! Sea esta vuestra divisa en el combate, como fue siempre la mía; imploraremos de Dios nuevas fuerzas para que no desmayéis.

Mantened intacta vuestra fe, y el culto a nuestras tradiciones, y el amor a nuestra bandera. Mi hijo Jaime, o el que en derecho y sabiendo lo que ese derecho significa y exige, me suceda, continuará mi obra. Y aún así, si apuradas todas las amarguras, la dinastía legítima que nos ha servido de faro providencial, estuviera llamada a extinguirse, la dinastía de mis admirables carlistas, los españoles por excelencia, no se extinguirá jamás. Vosotros podéis salvar a la Patria, como la salvasteis, con el Rey a la cabeza, de las hordas mahometanas y, huérfanos de Monarca, de las legiones napoleónicas. Antepasados de los voluntarios de Alpens y de Lácar, eran los que vencieron en las Navas y en Bailén. Unos y otros llevaban la misma fe en el alma y el mismo grito de guerra en los labios.

Sacrificios fecundos

Mis sacrificios y los vuestros para formar esta gran familia española, que constituye como la guardia de honor del santuario donde se custodian nuestras tradiciones venerandas, no son, no pueden ser estériles. Dios mismo, el Dios de nuestros mayores, nos ha empeñado una tácita promesa al darnos la fuerza sobrehumana para obrar este verdadero prodigio de los tiempos modernos, manteniendo purísimos, en medio de los embates desenfrenados de la revolución victoriosa, los elementos vivos y fecundos de nuestra raza, como el caudal de un río cristalino que corriera apretado y compacto por en medio del Océano, sin que las olas del mar consiguieran amargar sus aguas.

Obreros de lo por venir

Nadie más combatido, nadie más calumniado, nadie blanco de mayores injusticias que los carlistas y yo. Para que ninguna contradicción nos faltase, hasta hemos visto con frecuencia revolverse contra nosotros a aquellos que tenían interés en ayudarnos y deber de defendernos.

Pero las ingratitudes no nos han desalentado. Obreros de lo por venir, trabajamos para la Historia, no para el medro personal de nadie. Poco nos importaban los desdenes de la hora presente, si el grano de arena que cada uno llevaba para la obra común podía convertirse mañana en base monolítica para la grandeza de la Patria. Por eso mi muerte será un duelo de familia para todos vosotros, pero no un desastre.

¡El Rey no muere!

Mucho me habéis querido, tanto como yo a vosotros y más no cabe. Sé que me lloraréis como tiernísimos hijos; pero conozco el temple de vuestras almas, y sé también que el dolor de perderme será un estímulo más para que honréis mi memoria sirviendo a nuestra Causa.

Nuestra monarquía es superior a las personas. El Rey no muere. Aunque dejéis de verme a vuestra cabeza, seguiréis, como en mi tiempo, aclamando al Rey legítimo, tradicional y español, y defendiendo los principios fundamentales de nuestro Programa.

Principios fundamentales

Consignados los tenéis en todos mis Manifiestos. Son los que he venido sosteniendo y proclamando desde la abdicación de mi amadísimo Padre (q.e.p.d), en 1868.

Planteados desde las alturas del poder, por un Rey de verdad, que cuente por colaboradores al soldado español, el primero del mundo, y a ese pueblo de gigantes, grande cual ninguno por su fe, su arrojo, su desprecio a la muerte y a todos los bienes materiales, pueden, en brevísimo tiempo, realizar mi política, que aspiraba a resucitar la vieja España de los Reyes Católicos y de Carlos V.

Gibraltar español, unión con Portugal, Marruecos para España, confederación con nuestras antiguas provincias de Ultramar; es decir: integridad, honor y grandeza. He aquí el legado que, por medios justos, yo aspiraba a dejar a mi Patria.

Si muero sin conseguirlo, no olvidéis vosotros que esa es la meta, y que para tocarla es indispensable sacudir más allá de nuestras fronteras las instituciones importadas de países que no sienten, ni razonan, ni quieren como nosotros, y restaurar las instituciones tradicionales de nuestra Historia, sin las cuales el cuerpo de la nación es cuerpo sin alma.

Respecto a los procedimientos y las formas, a todo lo que es contingente y externo, las circunstancias y las exigencias de la época indicarán las modificaciones necesarias, pero sin poner mano en los principios esenciales.

Deberes hacia Francia

Aunque España ha sido el culto de mi vida, no quise ni pude olvidar que mi nacimiento me imponía deberes hacia Francia, cuna de mi familia. Por eso allí mantuve intactos los derechos que como Jefe y Primogénito de mi Casa me corresponden.

Encargo a mis sucesores que no los abandonen, como protesta del derecho y en interés de aquella extraviada cuanto noble nación, al mismo tiempo que de la idea latina, que espero llamada a retoñar en siglos posteriores.

Quiero también dejar aquí consignada mi gratitud a la corta, pero escogida, falange de legitimistas franceses, que desde la muerte de Enrique V, vi agrupados en torno de mi Padre, y luego de mi mismo, fieles a su bandera y al derecho sálico.

A la par que a ellos, doy gracias, desde el fondo de mi alma, a los muchos hijos de la caballeresca Francia, que, con su conducta hacia mí y los míos, protestaron siempre de las injusticias de que era víctima, entre ellos, el nieto de Enrique IV y Luis XIV, constándome que los actos hostiles de los Gobiernos revolucionarios franceses, eran inspirados con frecuencia por los mayores enemigos de nuestra raza.

¡España ante todo!

Recuerden, sin embargo, los que me sucedan, que nuestro primogénito pertenece a España, la cual, para merecerlo, ha prodigado ríos de sangre y tesoros de amor.

Mi postrer saludo en la tierra será a esa gloriosa bandera amarilla y roja; y si Dios, en su infinita misericordia, tiene piedad, como espero, de mi alma, me permitirá desde el cielo ver triunfar, a la sombra de esa enseña sagrada, los ideales de toda mi vida.

La fiesta de los Mártires

Y a vosotros, que con tanto tesón los defendisteis al lado mío, alcanzará también mi supremo adiós. A todos os tendré presentes y de todos quisiera hacer aquí mención expresa. Pero ¿cómo es posible, cuando formáis un pueblo innumerable?

Inmenso es mi agradecimiento a los vivos y a los muertos de nuestra causa. Para probarlo y perpetuar su memoria instituí la fiesta nacional de nuestros Mártires. Continuadla religiosamente los que hayáis de sobrevivirme. Congregaos para estímulo y aliento recíprocos, y en testimonio de gratitud a los que os precedieron en la senda del honor, el día 10 de marzo de cada año, aniversario de la muerte de aquel piadoso y ejemplarísimo abuelo mío, que, con no menos razón que los primeros caudillos coronados de la Reconquista, tiene derecho a figurar en el catálogo de los Reyes genuinamente españoles.

Olvido y perdón

Pero si no me es posible nombrar a todos, uno por uno, a todos os llevo en el corazón, y entre todos escojo para bendecirlo, como padre y como Rey, al que se honró hasta ahora con el título de primero de mis súbditos, a mi amado hijo Jaime.

Dios, que le ha designado para sucederme, le dará las luces y las fuerzas necesarias para capitanearos. No necesito recordarle que si en vosotros, los carlistas de siempre, hallara a una especie de aristocracia moral, todos los españoles, por el hecho de serlo, tienen derecho a su solicitud y a su cariño. Nunca me decidí a considerar como enemigo a ningún hijo de la tierra española; pero es cierto que entre ellos muchos me combatieron como adversarios. Sepan que a ninguno odié, y que para mí no fueron otra cosa que hijos extraviados, los unos por errores de la educación; los otros, por invencible ignorancia; los más, por la fuerza de irresistibles tentaciones o por deletéreas influencias del ambiente en que nacieron. Una de las faltas que me han encontrado más inflexible es la cometida por los que ponían obstáculos a su aproximación a nosotros. Encargo a mi hijo Jaime que persevere en mi política de olvido y de perdón para los hombres. No tema extremarla nunca demasiado, con tal de que mantengan la salvadora intransigencia en los principios.

Los fueros de España

Encárgole, igualmente, que no olvide cuán ligado se halla, por mis solemnes juramentos, a respetar y defender las franquicias tradicionales de nuestros pueblos. En las importantes juras de Guernica y Villafranca entendí empeñarme, en presencia de Dios y a la faz de los hombres, por mí y por todos los míos.

El mismo sagrado compromiso hubiera contraído en cada una de las regiones de la Patria española, una e indivisible, según ofrecí a Cataluña, Aragón y Valencia, si materialmente me hubiera sido posible. De esta suerte, identificados y confundidos en todos los españoles, dignos de este nombre, su deber de vasallos leales con su dignidad de ciudadanos libres, compenetrados en mí la potestad Real y el alto magisterio de primer custodio de las libertades patrias he podido creer, y puedo afirmar con toda verdad, que donde quiera que me hallase, llevaba conmigo la Covadonga de la España moderna.

Sus dos ángeles buenos

Y ya que al nombrar como el primero de vosotros al Príncipe de Asturias, reúno en un mismo sentimiento de ternura a mi familia por la sangre con mi familia por el corazón, no quiero despedirme de vosotros sin estampar aquí los nombres de los dos ángeles buenos de mi vida: mi madre amadísima y mi amadísima María Berta. A las enseñanzas de una y a los consuelos de la otra, debo lo que nunca podré pagar. La primera inculcándome desde la infancia los principios sólidamente cristianos, que sacaba del fondo de su alma, me dejó trazado el camino recto del deber. La segunda, sosteniéndome en mis amarguras, me dio fuerzas para recorrer con pie firme, sin tropezar en las asperezas que al paso encontraba.

Esculpid en vuestros corazones y enseñad a los balbucientes labios de vuestros hijos esos dos nombres benditos: María Beatriz y María Berta. Y cuando vosotros, que tenéis la dicha también de vivir entre las admirables mujeres españolas, os sintáis confortados por una madre, por una hija, por una hermana, por una esposa, al asomaros al espejo de sus almas y ver en ellas reflejadas las virtudes del cielo, acordaos de que esos son reflejos también de estas dos almas privilegiadas que han iluminado el desierto de mi vida

«¡No me lloréis!»

Os dejo ya, hijos de mi predilección, compañeros de mis combates, copartícipes de mis alegrías y mis dolores.

No me lloréis. En vez de lágrimas dadme oraciones. Pedid a Dios por mi alma y por España, y pensad que al mismo tiempo que vosotros oráis por mí, yo estaré, con la gracia del Salvador del mundo, invocando la Virgen María, a Santiago, nuestro patrón, a San Luis y a San Fernando, mis celestiales Protectores, suplicándoles con la antigua fe española, que en mí se fortaleció en Jerusalén, al pie del sepulcro de Cristo, para que en la tierra se os premie como lo que sois, como cruzados y como mártires.

Antes de cerrar este mi testamento político, y deseando que el presente original, escrito todo de mi puño y letra, quede primero en poder de mi viuda, y faltando ésta, pase a mis legítimos sucesores, saco dos copias, una literal en castellano, y otra en francés, para que se comuniquen a la Prensa de España y de Francia, inmediatamente después de que se hayan cerrado mis ojos.

Hecho en mi residencia del Palacio de Loredán, Campo de San Vito, en Venecia, el día de Reyes del año de gracia de mil ochocientos noventa y siete. Sellado con mi sello real. Consta de seis pliegos, que forman veinticuatro páginas numeradas por mí.

CARLOS

La copia literal en lengua española del Testamento Político de Don Carlos VII, mecanografiada por el propio Rey, estaba en poder de don Jesús Evaristo Casariego, custodiada en su Casona de Barcellina. El polígrafo carlista asturiano había escrito de su puño y letra en las guardas de su encuadernación que a su muerte debía entregarse a la Real Academia de la Historia. Sin embargo desapareció y nunca llegó a la docta institución.

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