Archive for the ‘Personajes’ Category

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Acta de la imposición de la Cruz de la Victoria al Príncipe de Asturias (1870)

junio 15, 2021
Don Jaime de Borbón y Borbón Parma (1870-1931), Príncipe de Asturias, en brazos de su madre la Reina Doña Margarita

El pasado 23 de mayo celebramos la efeméride del nacimiento del insigne carlista asturiano D. Guillermo Estrada Villaverde (1834-1894). Hoy reproducimos aquí el acta en que consta la condecoración al Príncipe de Asturias Don Jaime de Borbón (futuro Rey Jaime III) por parte de don Guillermo en nombre y representación de los carlistas asturianos. La fuente de la que extraemos la transcripción es una digitalización del semanario carlista El Eco del Bruch (1869-1873). Se han corregido y adaptado algunas reglas ortográficas y se advierte que algunas líneas son ilegibles.

ACTA

A la una de la tarde del día 2 de Agosto de 1870, se verificó en el salón principal del palacio de La Feraz, situado cerca de La Tour de Peilz (cantón de Vaud), la ceremonia de condecorar á S. A. R. el Sermo. Sr. Príncipe de Asturias D. Jaime Fernando de Borbón y Borbón con la Cruz de la Victoria, traída á Suiza desde España por una diputación de los carlistas del Principado de Asturias.

Ocupaban los asientos colocados de antemano á la derecha y en el fondo del referido salón, los Grandes de España señores conde de Castrillo y de Orgaz y marqués de Villadarias; las Grandes de España señoras condesa de Castrillo y de Orgaz, marquesas de Villadarias y de la Romana, la señora doña Consuelo Arjona de Arjona, las señoritas doña María Caro y doña María de Medina, los señores general carlista Elío, D. Antonio Aparisi y Guijarro y D. Gaspar Díaz de Labandero, secretarios de S. M.; los señores general Estartús, marqués de Tamarit y conde de Galiana, los Sres. Iparraguirre, brigadier y gentil-hombre de S. M., Suelves, Segarra, Arjona, Jover y Maldonado.

Ocupaban las sillas colocadas á la izquierda del salón los individuos de la comisión, señores D. Guillermo Estrada y Villaverde, presidente de la misma; conde de Canga ArgüeIles, D. Gaspar Cienfuegos Jovellanos, don Dionisio Menéndez de Luarca, D. Emeterio Miranda y Prieto, D. Rodrigo González de Cienfuegos, y D. Enrique Fernández Rojas.

Anunciada la llegada de S. M. y la del augusto Príncipe de Asturias, á quien acompañaban las damas y gentil-hornbre de servicio, señoritas de Flores y Sr. Marichalar, y ocupado que hubieron sus asientos, previa la venia de S. M., el Sr. Estrada, adelantándose hasta el medio del salón, leyó el mensaje que los carlistas asturianos, oportunamente reunidos en sesión extraordinaria en la ciudad de Oviedo, enviaban á S. M. felicitándole por el nacimiento del augusto Príncipe, al cual en esta forma rendían pleito-homenaje.

Suscribían dicha manifestación los señores Díaz Caneja, presidente de la junta provincial; Estrada, vicepresidente; los señores vocales Valdés (D. Rafael), Cabanilles, Cienfuegos, Jovellanos, Ávila, Menéndez de Luarca (D. Dionisio), Valdés (D. Juan), Menéndez de Luarca (D. Alejandrino), Palacio, Fernández, Hervia, y Argüelles Riva (secretario): como individuos del Círculo carlista de Oviedo, los Sres. Álvarez Arenas, presidente, y Campoarnor, secretario; por la junta de distrito de Villaviciosa, el Sr. Fernández Castro; por la de Lena, el Sr. Bernaldo de Quirós; por la de Gijón, el Sr. González Cienfuegos; por la de Laviana, el Sr. Lamuño; por la de Avilés, el Sr. Suárez; por la de Castropol, el Sr. Cancio y Queipo; por la local de Morcín, el Sr. Palacio; por la de Teverga, el Sr. Salas; por la de Mieres, el Sr. Cachero; por la de Luanco, el Sr. Suárez Pola; por la de San Martín del Rey Aurelio, el Sr. González; por la de Proaza, el Sr. Palacio; por la de Carreño, el Sr. Casablanca; por la de Llanera, el Sr. Mier; por la de Aller, el Sr. Gutiérrez Lozano; por la de Colunga, el Sr. Miranda; por la de Laviana, el Sr. Valdés Vega; por la de Cabranes, el Sr. Fernández Guerra; por la de Siero, el Sr. Agüeria; por la de Candamo, el Sr. Cuervo y Riva; por la de Langreo, el señor García Codes; por la de Quirós, el Sr. Álvarez Manzano; por la de Las Regueras, el señor Quirós y Campo, y por la redacción de La Unidad, los Sres. Morán y Argüelles Meres.

Acto continuo el Sr. Estrada dirigió á S. M. el siguiente discurso:

Señor:

En nombre de los carlistas del Principado de Asturias, tenemos la alta honra de felicitar á V. M., como nos felicitamos á nosotros mismos, por el nacimiento de S. A. R. el Sermo. Señor D. Jaime Fernando de Borbón v Borbón. Aquel país, con más razón que el de Gales en Inglaterra, ó que el antiguo Delfinado de Francia, sirve de título á las primicias de la estirpe real de España, porque Asturias viene á ser como las primicias de la monarquía castellana, y su suelo sirvió de asilo y de cimiento para la reconquista contra los infieles. Y no es este el único título de gloria que Asturias puede presentar ante su Rey y ante su Príncipe: ya en la edad antigua, Augusto, Emperador poderoso, se vio obligado á abrir las puertas del templo de Jano, y á descender del solio de Roma para ir á sofocar en Asturias el último resto de la independencia cántabra; en la edad moderna, otro poderoso Emperador, Bonaparte, hubo de fijar su mirada de águila sobre Asturias, pobre rincón del mundo, desde donde el genio español le arrojó su primer reto, cuando toda Europa coaligada apenas se hubiera atrevido á hacer otro tanto.

Pues bien: si en esos tres solemnes y bien distintos momentos (ilegible) tan alto su nombre, es porque su espíritu está más elevado aún que sus montañas, cuyas soberbias cimas se esconden en las nubes; y desde allí, atravesando quinientas leguas de distancia, los carlistas de Asturias vienen al pie de estas otras montañas, y á la orilla de estos grandes lagos para ofrecer por conducto nuestro sus títulos de gloria ante un excelso recién nacido, ante un niño augusto, víctima inocente del odio de las revoluciones, venido al mundo en extranjero suelo, y que entró por las puertas de la Iglesia aquí donde el catolicismo vive como sospechoso huésped; niño augusto, representante de todos los dolores de una dinastía legítima proscrita, y representante á la vez de todas las grandezas de una dinastía legítima, nunca humillada; niño augusto que, á despecho de todas las iniquidades triunfantes, es, después de V. M., la única personificación verdadera de todas las glorias de España y de todas las glorias personales de sus Reyes, desde Ataulfo y Recaredo hasta Carlos V y Carlos VII.

¡Quiera Dios oír los votos que le eleva el corazón de los carlistas asturianos, súbditos fieles de V. M., y hacer de vuestro Príncipe y nuestro Príncipe un fruto de bendición para V. M. y su augusta esposa, cuya ausencia de este sitio es para todos tan sensible; un monarca de reparaciones y bondades para la desventurada España, y un justo, tal vez un Santo, para la patria Inmortal de todos!

Y ahora, Señor, para concluir, dígnese V. M. aceptar, siguiendo antiguas tradiciones, un presente que los carlistas asturianos ofrecen á su Príncipe; presente humilde como nunca, pero también como nunca expresivo, pues que en mucha parte se debe al óbolo del pobre, y es testimonio inequívoco de lealtad y de amor. Consiste en una condecoración mezquina, como lo sería todo lo que se dedicase á tan grandioso objeto, pero que tiene el valor inestimable de estar tocada en las santas reliquias depositadas en la catedral de Oviedo, tesoro con que Dios premió la fe de los antiguos asturianos: esta condecoración lleva las armas del Principado, el blasón sagrado de la Cruz de D. Pelayo, que es llamada la Cruz de la Victoria, y este nombre debe ser muy significativo para V. M. Dígnese asimismo V. M. cubrir con ella, como con una égida que le libre de males y peligros, el pecho de S. A. R., siguiendo también la tradición de nuestros Reyes, que investían á sus primogénitos con esta insignia, antes que con la del Toisón, ó cualquier otra correspondientes á su suprema dignidad.

Haciéndolo así V. M., habrá dado una muestra de singular afecto á los asturianos, y habrá colmado sus deseos.

Tomada por S. M. de manos del Sr. Estrada la insignia, la colocó sobre el pecho del augusto Príncipe de Asturias, y se dignó contestar con las siguientes palabras:

El Rey Don Carlos VII, padre del Príncipe Don Jaime

Gracias á Asturias por su entusiasta manifestación de fidelidad y por el rico don que desde este momento adorna el pecho del tierno Príncipe que lleva el título con que el mundo conoce desde antiguo á los herederos de la Corona de España.

Con noble orgullo habéis recordado vosotros, con satisfacción imponderable he oído yo, los hechos preclaros que ilustran la historia de la hidalga tierra asturiana.

Bien juzgáis cuando atribuís al espíritu de religiosidad é independencia el origen de las proezas que en épocas memorables realizaron vuestros ilustres antepasados. Ese espíritu es el que, todavía, por gracia especial de Dios, y á despecho de las revoluciones, vive y alienta el pueblo español; él es el que inspira mi alma al pensar en la restauración gloriosa que ha de poner término á los grandes dolores que sufre hoy mi amadísima patria.

Pido á Dios que cumpla vuestros votos al dirigiros al Príncipe de Asturias, á quien la Iglesia acaba de imponer sobre la pila bautismal un gran nombre en honor del Santo Patrón de España, y en memoria de aquel Rey esclarecido que si fue el Rey de las batallas y de las conquistas, lo fue también de los fueros y de las libertades.

Esos votos son los de todo el pueblo español que, alegando títulos de antigua fe, es merecedor por ello de que llegue pronto el día de mostrar ante el mundo (ilegible) los tiempos sin renegar de la enseña con que se inmortalizaron los héroes de Bailén y Covadonga.

Después de pronunciado este discurso, S. M. el Rey invitó á la comisión á que subiera á las habitaciones de S. M. la Reina para saludarla, pues por el estado de su salud no pudo asistir á la ceremonia; con lo que se dio ésta por terminada.

De orden de S. M. se extiende esta acta, que firma uno de sus secretarios privados.

La Faraz 2 de agosto de 1870. – Vicente de la Hoz y Liniers.

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Aniceto Boves Goñi, valeroso carlista ovetense fallecido en Gran Canaria en 1932

diciembre 6, 2016

Traemos hoy a LAS LIBERTADES el recuerdo de uno de los tantos carlistas asturianos que murieron trasterrados, en este caso en otra región que se convirtió también en la suya: las Islas Canarias. El fallecimiento debió ocurrir alrededor de estos días, hace ochenta y cuatro años. Reproducimos la biografía que el 16 de diciembre de 1932 publicó, remitida desde Oviedo, el periódico de Madrid El Cruzado Español.

Tras el primer trasterramiento canario, la guerra y el exilio francés que la siguió, don Aniceto Boves debió volver a asentarse en Oviedo algún tiempo. Encontramos algún impreso con fecha de 1897 y el pie de la Imprenta de Aniceto Boves y Goñi. La imprenta fue oficio y negocio emprendido por no pocos carlistas, como entre nosotros el propio Juan María Acebal. Algunos de ese origen llegaron casi a nuestros días, como la Imprenta La Cruz.

El autor de la biografía de Aniceto Boves menciona entre sus compañeros de la Tercera Guerra Carlista al «respetable y honorabilísimo veterano don Emilio Valenciano, cuya vida prolongue Dios muchos años». Sólo dos más los prolongaría: los rojos asesinarían a don Emilio Valenciano Díaz en Olloniego el 10 de octubre de 1934, cuando contaba ochenta y tres años de edad. Durante esa Revolución de 1934 que ahora el Ayuntamiento de Oviedo celebra, festeja y hace objeto de itinerarios turísticos.

elcruzadoespannol16diciembre1932

VIDAS EJEMPLARES

Don Aniceto Boves Goñi

El prestigioso veterano, de cuya muerte, ocurrida en Valsequillo (Canarias), dimos noticia pocos días hace, nació en Oviedo, en la Puerta Nueva Baja, siendo sus padres católicos ejemplares y realistas de los convencidos.

El ambiente de piedad de su hogar y la cristiana educación que recibía de sus progenitores despertaron en el finado la vocación eclesiástica, y en el Seminario ovetense, de donde salieron tantos sacerdotes ilustres, comenzó sus estudios, captándose las simpatías de sus profesores y compañeros por su aplicación y claro talento y no menos por su vivacidad de ingenio y sus felicísimas ocurrencias, que conservó en su larga vida.

Y heredó, también, de sus padres su adhesión a la Legitimidad y la consecuencia de sus Ideales. Así se explica que, apenas se inició el levantamiento de los partidarios de Don Carlos en el Norte y habiendo repercutido ese movimiento en Asturias, fuera de los primeros que. Aquí, con el respetable y honorabilísimo veterano don Emilio Valenciano, cuya vida prolongue Dios muchos años, y los ya fallecidos don Francisco Cayado, Cura de Muñó, don Francisco Viejo, el Cura de Luanco, señor Pola, y otros más que no recuerdo ahora, se agrupase a las órdenes del caballeroso jefe carlista don Ruperto Carlos de Viguri, abandonando las aulas del Seminario y dispuesto a servir a Dios en los campos de batalla, ya que, entonces, como hoy, era perseguida la Iglesia, maltratados sus Ministros, además de ser de nobles y cristianos defender el Derecho, refugiado en el destierro.

Y aquella pequeña partida, acaudillada por Viguri, compuesta de diez o doce animosos jóvenes, entre ellos el finado don Aniceto, se dirigían a los campos del Norte por las montañas de Teverga, que dan acceso a León, cuando fueron hechos prisioneros en Torrebarrio, pueblo de la región leonesa, y conducidos a Oviedo, ingresando primero en la llamada Galera y más tarde en la cárcel-fortaleza, ambos edificios ya derribados.

Previo el juicio de rigor, unos de los detenidos fueron deportados a Canarias, quedando sólo en Oviedo, en concepto de hospitalizados, los señores Boves y Pola, Cura de Luanco.

Fugado del Hospital, valiéndose de una habilidosa estratagema, cómica de veras, que muchas veces oímos narrar al propio protagonista, y que nos confirman algunos veteranos de su tiempo, pudo el prestigioso carlista señor Boves escapar al Norte y allí incorporarse a las fuerzas castellanas.

Tomó parte en varias y muy importantes acciones de guerra y mereció honrosas distinciones —cruces y medallas— que acreditaban su valor y el pago de las heridas recibidas en defensa de la Legitimidad.

Y el antiguo alumno de Teología, que si, como seminarista, fue modelo de jóvenes piadosos, como soldado jamás conoció el peligro ni retrocedió ante la muerte, pasó por Valcarlos, terminada la guerra, al destierro, ostentando el grado de Capitán.

Vivió en Francia varios años, sufriendo las amarguras que son de suponer, pero satisfecho del deber cumplido; y cuando retornó a su Patria, siguió pensando con firmeza religiosa y con lealtad carlista, no claudicando jamás de lo que tenía por su mejor blasón.

Su vida fue ejemplar y su muerte la de un santo, según cartas que recibimos de Canarias. Fue breve su enfermedad y recibió de rodillas la Sagrada Comunión, administrada por Viático. Los carlistas no tiemblan, saben crecerse ante la muerte. ¿Cómo temblar al ofrendar su vida a Dios, quien no tembló al ofrendar su vida al Rey?

Los católicos, y, por añadidura, carlistas, del temple de don Aniceto mueren como él murió, tranquilamente, santamente, invocando a Dios y consolando a los suyos. Bendijo a sus hijos, y un minuto después descansaba en el Señor.

¡Que Él haya premiado largamente las virtudes de su siervo y nosotros imitemos las virtudes y la fidelidad de nuestro amigo y correligionario!

Los que aquí fuimos testigos de su fe acendrada y de su lealtad ferviente, juremos ante su tumba seguir, como él, las rutas gloriosas de los patrióticos deberes.

José María DE LA ESTRELLA

Oviedo 6-XII-932.

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