Nota de la Diputación Permanente de la Junta Carlista del Principado de Asturias:
En esta víspera de la Natividad de Nuestra Señora, fiesta de la Santísima Virgen de Covadonga, los carlistas asturianos recordamos un año más lo obvio: que el ocho de septiembre es la fiesta de la Santísima Virgen de Covadonga, la Santina, Patrona de Asturias. En cambio no es ni puede ser —por más que se empeñen los políticos parásitos— un «Día de Asturias» secularizado, laico y absurdo, mediante el cual esos políticos parásitos y sus cómplices intentan hacer olvidar el sentido verdadero de esta fiesta.
Asturias es católica y mariana, le pese a quien le pese. La Natividad de Nuestra Señora es una de las fiestas más antiguas de entre las dedicadas a la Madre de Dios. El catolicismo asturiano, gracias a la Reconquista, es el más antiguo de España; la festividad del ocho de septiembre es la de la patrona de los más antiguos santuarios marianos de la región, no sólo de Covadonga.
La «comunidad autónoma» y la casta de los políticos que la desgobiernan; que saquean y empobrecen a Asturias y a los asturianos; que con el pretexto del coronavirus implantan una Umma a manera de dictadura sanitaria, no tiene nada que celebrar el ocho de septiembre. Que no oscurezcan la fiesta de Covadonga con sus afrancesadas celebraciones laicas, ni con sus ridículas «Medallas de Asturias» otorgadas a los suyos.
Estos días vuelve a hablarse —no lo suficiente, pues las deliberaciones de las instituciones europeas y de sus cómplices locales transcurren siempre en secreto casi masónico— de la nefasta PAC (la «política agraria común» de la Unión Europea) y de sus pésimas consecuencias para el campo asturiano. Cuyos ganaderos, los pocos que sobreviven, están sufriendo también la ofensiva de la propaganda sobre el «calentamiento global» y la contribución al mismo que, según dicha propaganda, estaría haciendo la ganadería. Por no hablar de los delirios veganos.
Históricamente en la ganadería asturiana ha predominado el vacuno. Casi siempre de aprovechamiento mixto (carne y leche, además de animales de tiro y carga), evolucionó durante el siglo XX hacia la producción principalmente láctea. Tras el desgraciado ingreso de España en la Comunidad Económica Europea y la entrada de las multinacionales y de los malos hábitos de consumo (la leche de larga duración, por ejemplo, fácilmente importada) promocionados por ellas, la tendencia se invirtió y hoy la producción cárnica se impone en el sector.
Los males que aquejan a la ganadería, y a la economía tradicional asturiana en general, empezaron hace mucho tiempo. Contra ellos se alzó la voz del Carlismo, que también señaló el camino que debía seguirse. En marzo de 1978, por ejemplo, la Junta Regional de la Comunión Tradicionalista del Principado de Asturias distribuyó una nota de prensa sobre el asunto, en cuya vigorosa redacción se adivina la mano de Jesús Evaristo Casariego. El día 28 de aquel mes la extractaba así el diario gijonés El Comercio:
Los caminos de Asturias se han cubierto estos días de tractores en ostensible, pero pacífica, manifestación que materializa una protesta justísima de los campesinos, entre los que figuran correligionarios y simpatizantes de la Causa que representamos.
Su actitud tiene todo nuestro apoyo, y se lo damos con total entusiasmo. Ya en 1976 manifestábamos nuestra postura bien claramente cuando el «Boletín Oficial del Estado» autorizaba la subida de la leche en 1,9 pesetas/litro, con el siguiente injusto y monstruoso reparto:
— Para las industrias o centrales lecheras, 0,9 pesetas. — Para los vendedores, 0,7 pesetas. — Para los transportistas, 0,2 pesetas. — Y para los campesinos productores, 0,1 pesetas.
Es decir, que al campesino que con duro trabajo y riesgo crea la riqueza, sólo le correspondía una participación insignificante, la menor de todas, mientras que la parte más importante se la llevaban las industrias lácteas, muchas de ellas en manos de capitalistas extranjeros, y los intermediarios. Actualmente el ganadero recibe, aproximadamente, la mitad del precio pagado por el consumidor final.
Todo ello es consecuencia de «un orden social que no es el que representamos nosotros» como afirmó hace ya sesenta años el insigne carlista asturiano Vázquez de Mella, sino el orden del capitalismo liberal internacional, apoyado en el mundo occidental por los demócratas y socialistas domesticados, y contra el cual cuenta el Carlismo con casi siglo y medio de constante lucha en defensa de los auténticos intereses espirituales y materiales del pueblo español.
Pero no es sólo este problema de la ganadería. Ahí están también los de la agricultura, la pesca y la minería. Así, sabemos que el pescado vale en la rula la mitad que en el mercado, e igual ocurre con los productos del agro y la minería. Sólo una mitad de los precios que el pueblo paga va a parar a los sufridos agricultores, pescadores y mineros.
Mientras subsista el régimen socioeconómico actual defendido por los que se llaman demócratas y socialistas, izquierdistas o derechistas o centristas «europeizantes»; mientras sean dueñas del Estado estas democracias hedonistas materializadas, entregadas a los codiciosos grupos de presión multinacionales, con sus socialistas colaboracionistas: mientras se gobierne a medida de los agiotistas internacionales y sus lacayos de acá, el pueblo español seguirá siendo su víctima.
Frente al régimen imperante, nosotros, los carlistas propugnamos un orden socioeconómico nuevo y radicalmente distinto al de los demoliberales y socialistas. Un orden español que se constituya al servicio directo de los españoles, sin doctrinarismo copiado del extranjero con sus instituciones y leyes traducidas que no nos sirven, que vienen impuestas por esos grupos de presión internacionales que hoy por desgracia ya son dueños de la gobernación y la economía de España y que tan decisivo papel jugaron en las recusables elecciones últimas.
Como alternativa a esta situación, los carlistas propugnamos un orden nuevo y a la española. Entre otras soluciones proponemos la creación de poderosas cooperativas de producción y distribución y la reconstrucción de grandes propiedades colectivas del pueblo y a su servicio, que den autarquía a las instituciones y estamentos populares. Tal es la posición centenaria de nuestros pensadores y economistas.
Esa misma irritación, esa misma ferocidad indican que, hoy como en 1978 y como en 1833, la solución está en la Tradición. Y que los esbirros de la plutocracia siguen dispuestos a combatirla.
Don Jaime de Borbón y Borbón Parma (1870-1931), Príncipe de Asturias, en brazos de su madre la Reina Doña Margarita
El pasado 23 de mayo celebramos la efeméride del nacimiento del insigne carlista asturiano D. Guillermo Estrada Villaverde (1834-1894). Hoy reproducimos aquí el acta en que consta la condecoración al Príncipe de Asturias Don Jaime de Borbón (futuro Rey Jaime III) por parte de don Guillermo en nombre y representación de los carlistas asturianos. La fuente de la que extraemos la transcripción es una digitalización del semanario carlista El Eco del Bruch (1869-1873). Se han corregido y adaptado algunas reglas ortográficas y se advierte que algunas líneas son ilegibles.
ACTA
A la una de la tarde del día 2 de Agosto de 1870, se verificó en el salón principal del palacio de La Feraz, situado cerca de La Tour de Peilz (cantón de Vaud), la ceremonia de condecorar á S. A. R. el Sermo. Sr. Príncipe de Asturias D. Jaime Fernando de Borbón y Borbón con la Cruz de la Victoria, traída á Suiza desde España por una diputación de los carlistas del Principado de Asturias.
Ocupaban los asientos colocados de antemano á la derecha y en el fondo del referido salón, los Grandes de España señores conde de Castrillo y de Orgaz y marqués de Villadarias; las Grandes de España señoras condesa de Castrillo y de Orgaz, marquesas de Villadarias y de la Romana, la señora doña Consuelo Arjona de Arjona, las señoritas doña María Caro y doña María de Medina, los señores general carlista Elío, D. Antonio Aparisi y Guijarro y D. Gaspar Díaz de Labandero, secretarios de S. M.; los señores general Estartús, marqués de Tamarit y conde de Galiana, los Sres. Iparraguirre, brigadier y gentil-hombre de S. M., Suelves, Segarra, Arjona, Jover y Maldonado.
Ocupaban las sillas colocadas á la izquierda del salón los individuos de la comisión, señores D. Guillermo Estrada y Villaverde, presidente de la misma; conde de Canga ArgüeIles, D. Gaspar Cienfuegos Jovellanos, don Dionisio Menéndez de Luarca, D. Emeterio Miranda y Prieto, D. Rodrigo González de Cienfuegos, y D. Enrique Fernández Rojas.
Anunciada la llegada de S. M. y la del augusto Príncipe de Asturias, á quien acompañaban las damas y gentil-hornbre de servicio, señoritas de Flores y Sr. Marichalar, y ocupado que hubieron sus asientos, previa la venia de S. M., el Sr. Estrada, adelantándose hasta el medio del salón, leyó el mensaje que los carlistas asturianos, oportunamente reunidos en sesión extraordinaria en la ciudad de Oviedo, enviaban á S. M. felicitándole por el nacimiento del augusto Príncipe, al cual en esta forma rendían pleito-homenaje.
Suscribían dicha manifestación los señores Díaz Caneja, presidente de la junta provincial; Estrada, vicepresidente; los señores vocales Valdés (D. Rafael), Cabanilles, Cienfuegos, Jovellanos, Ávila, Menéndez de Luarca (D. Dionisio), Valdés (D. Juan), Menéndez de Luarca (D. Alejandrino), Palacio, Fernández, Hervia, y Argüelles Riva (secretario): como individuos del Círculo carlista de Oviedo, los Sres. Álvarez Arenas, presidente, y Campoarnor, secretario; por la junta de distrito de Villaviciosa, el Sr. Fernández Castro; por la de Lena, el Sr. Bernaldo de Quirós; por la de Gijón, el Sr. González Cienfuegos; por la de Laviana, el Sr. Lamuño; por la de Avilés, el Sr. Suárez; por la de Castropol, el Sr. Cancio y Queipo; por la local de Morcín, el Sr. Palacio; por la de Teverga, el Sr. Salas; por la de Mieres, el Sr. Cachero; por la de Luanco, el Sr. Suárez Pola; por la de San Martín del Rey Aurelio, el Sr. González; por la de Proaza, el Sr. Palacio; por la de Carreño, el Sr. Casablanca; por la de Llanera, el Sr. Mier; por la de Aller, el Sr. Gutiérrez Lozano; por la de Colunga, el Sr. Miranda; por la de Laviana, el Sr. Valdés Vega; por la de Cabranes, el Sr. Fernández Guerra; por la de Siero, el Sr. Agüeria; por la de Candamo, el Sr. Cuervo y Riva; por la de Langreo, el señor García Codes; por la de Quirós, el Sr. Álvarez Manzano; por la de Las Regueras, el señor Quirós y Campo, y por la redacción de La Unidad, los Sres. Morán y Argüelles Meres.
Acto continuo el Sr. Estrada dirigió á S. M. el siguiente discurso:
Señor:
En nombre de los carlistas del Principado de Asturias, tenemos la alta honra de felicitar á V. M., como nos felicitamos á nosotros mismos, por el nacimiento de S. A. R. el Sermo. Señor D. Jaime Fernando de Borbón v Borbón. Aquel país, con más razón que el de Gales en Inglaterra, ó que el antiguo Delfinado de Francia, sirve de título á las primicias de la estirpe real de España, porque Asturias viene á ser como las primicias de la monarquía castellana, y su suelo sirvió de asilo y de cimiento para la reconquista contra los infieles. Y no es este el único título de gloria que Asturias puede presentar ante su Rey y ante su Príncipe: ya en la edad antigua, Augusto, Emperador poderoso, se vio obligado á abrir las puertas del templo de Jano, y á descender del solio de Roma para ir á sofocar en Asturias el último resto de la independencia cántabra; en la edad moderna, otro poderoso Emperador, Bonaparte, hubo de fijar su mirada de águila sobre Asturias, pobre rincón del mundo, desde donde el genio español le arrojó su primer reto, cuando toda Europa coaligada apenas se hubiera atrevido á hacer otro tanto.
Pues bien: si en esos tres solemnes y bien distintos momentos (ilegible) tan alto su nombre, es porque su espíritu está más elevado aún que sus montañas, cuyas soberbias cimas se esconden en las nubes; y desde allí, atravesando quinientas leguas de distancia, los carlistas de Asturias vienen al pie de estas otras montañas, y á la orilla de estos grandes lagos para ofrecer por conducto nuestro sus títulos de gloria ante un excelso recién nacido, ante un niño augusto, víctima inocente del odio de las revoluciones, venido al mundo en extranjero suelo, y que entró por las puertas de la Iglesia aquí donde el catolicismo vive como sospechoso huésped; niño augusto, representante de todos los dolores de una dinastía legítima proscrita, y representante á la vez de todas las grandezas de una dinastía legítima, nunca humillada; niño augusto que, á despecho de todas las iniquidades triunfantes, es, después de V. M., la única personificación verdadera de todas las glorias de España y de todas las glorias personales de sus Reyes, desde Ataulfo y Recaredo hasta Carlos V y Carlos VII.
¡Quiera Dios oír los votos que le eleva el corazón de los carlistas asturianos, súbditos fieles de V. M., y hacer de vuestro Príncipe y nuestro Príncipe un fruto de bendición para V. M. y su augusta esposa, cuya ausencia de este sitio es para todos tan sensible; un monarca de reparaciones y bondades para la desventurada España, y un justo, tal vez un Santo, para la patria Inmortal de todos!
Y ahora, Señor, para concluir, dígnese V. M. aceptar, siguiendo antiguas tradiciones, un presente que los carlistas asturianos ofrecen á su Príncipe; presente humilde como nunca, pero también como nunca expresivo, pues que en mucha parte se debe al óbolo del pobre, y es testimonio inequívoco de lealtad y de amor. Consiste en una condecoración mezquina, como lo sería todo lo que se dedicase á tan grandioso objeto, pero que tiene el valor inestimable de estar tocada en las santas reliquias depositadas en la catedral de Oviedo, tesoro con que Dios premió la fe de los antiguos asturianos: esta condecoración lleva las armas del Principado, el blasón sagrado de la Cruz de D. Pelayo, que es llamada la Cruz de la Victoria, y este nombre debe ser muy significativo para V. M. Dígnese asimismo V. M. cubrir con ella, como con una égida que le libre de males y peligros, el pecho de S. A. R., siguiendo también la tradición de nuestros Reyes, que investían á sus primogénitos con esta insignia, antes que con la del Toisón, ó cualquier otra correspondientes á su suprema dignidad.
Haciéndolo así V. M., habrá dado una muestra de singular afecto á los asturianos, y habrá colmado sus deseos.
Tomada por S. M. de manos del Sr. Estrada la insignia, la colocó sobre el pecho del augusto Príncipe de Asturias, y se dignó contestar con las siguientes palabras:
El Rey Don Carlos VII, padre del Príncipe Don Jaime
Gracias á Asturias por su entusiasta manifestación de fidelidad y por el rico don que desde este momento adorna el pecho del tierno Príncipe que lleva el título con que el mundo conoce desde antiguo á los herederos de la Corona de España.
Con noble orgullo habéis recordado vosotros, con satisfacción imponderable he oído yo, los hechos preclaros que ilustran la historia de la hidalga tierra asturiana.
Bien juzgáis cuando atribuís al espíritu de religiosidad é independencia el origen de las proezas que en épocas memorables realizaron vuestros ilustres antepasados. Ese espíritu es el que, todavía, por gracia especial de Dios, y á despecho de las revoluciones, vive y alienta el pueblo español; él es el que inspira mi alma al pensar en la restauración gloriosa que ha de poner término á los grandes dolores que sufre hoy mi amadísima patria.
Pido á Dios que cumpla vuestros votos al dirigiros al Príncipe de Asturias, á quien la Iglesia acaba de imponer sobre la pila bautismal un gran nombre en honor del Santo Patrón de España, y en memoria de aquel Rey esclarecido que si fue el Rey de las batallas y de las conquistas, lo fue también de los fueros y de las libertades.
Esos votos son los de todo el pueblo español que, alegando títulos de antigua fe, es merecedor por ello de que llegue pronto el día de mostrar ante el mundo (ilegible) los tiempos sin renegar de la enseña con que se inmortalizaron los héroes de Bailén y Covadonga.
Después de pronunciado este discurso, S. M. el Rey invitó á la comisión á que subiera á las habitaciones de S. M. la Reina para saludarla, pues por el estado de su salud no pudo asistir á la ceremonia; con lo que se dio ésta por terminada.
De orden de S. M. se extiende esta acta, que firma uno de sus secretarios privados.
La Faraz 2 de agosto de 1870. – Vicente de la Hoz y Liniers.
Recientemente algunos medios asturianos, haciéndose eco de unos artículos superficiales y sin documentar de una revista digital apropiadamente llamada Vanitatis, han hablado de supuestos Príncipes de Asturias carlistas (lo cual, si fuera verdad, querría decir simplemente Príncipes de Asturias legítimos, Príncipes de Asturias de verdad). E incluso han atribuido al expríncipe Carlos Javier (de Borbón Parma y Lippe-Biesterfeld) la jefatura del Carlismo; lo cual es tan radicalmente falso que mueve a risa. Carlos Javier no es más que un señor holandés muy rico, alto empleado de banca especulativa, casado con una periodista sin rango ninguno, y cuya ignorancia de todo cuanto tenga que ver con el Carlismo es parecida a la de la autora de esos artículos de Vanitatis. Además ni siquiera es católico. Acaba de hacer padrino de bautismo de su hijo Carlos Enrique (un plebeyísimo y encantador bebé al que esos medios quieren hacer pasar por «Príncipe de Asturias carlista») a su primo el Rey de Holanda, calvinista declarado. Por no hablar de otros traspiés anteriores.
Se da la circunstancia de que hace bastantes años, cuando el entonces joven Carlos Javier parecía que podía superar y contrarrestar la traición de su padre Carlos Hugo a la Causa carlista, fueron las Juventudes Tradicionalistas Asturianas las primeras que lanzaron una campaña para darlo a conocer. Cuando este Carlos Javier sí era Príncipe de Asturias, como nieto del último Rey legítimo de las Españas, Don Francisco Javier de Borbón y Braganza, y sobrino del Regente, Don Sixto Enrique de Borbón y Borbón Busset. De tal campaña hablaremos en otra ocasión.
Pero poco después, al igual que veintitantos años antes, tuvo que ser la Junta Carlista del Principado de Asturias la primera en declarar la exclusión del Príncipe de Asturias. La primera vez fue con el padre de Carlos Javier, el mencionado Carlos Hugo. Se declaraba la exclusión, esto es, se daba fe pública de un hecho: que por contravenir los principios de la Tradición e ir contra las leyes tradicionales de España, un príncipe perdía sus derechos y dejaba de serlo. En ambos casos la Junta Regional de Asturias se veía obligada a tomar la iniciativa ante circunstancias anómalas, como eran las causadas por la ausencia de autoridad nacional efectiva de la Comunión Tradicionalista en aquellos momentos. De forma parecida a como en 1808 tuvo que actuar la Junta General del Principado de Asturias, de la cual es directamente sucesora la Junta Carlista.
El documento cuyo facsímil se reproduce arriba es la declaración que la Diputación Permanente de la Junta Carlista del Principado de Asturias emitió en Oviedo el día 4 de noviembre de 1997. Se trata del original —en primicia para LAS LIBERTADES— que permaneció confidencial un tiempo, a petición del periodista que había facilitado la información que aparece señalada con una llave en el margen derecho. Fallecido ya el informante hace años, puede darse a conocer tal cual se firmó. Por indicación del Regente Don Sixto Enrique, en aquel entonces tampoco se hizo entonces circular demasiado, pues el Duque de Aranjuez albergaba esperanzas de reconducir a su sobrino a la legitimidad y la tradición. Esperanzas a las que no renunció hasta hace poco tiempo, cuando la acumulación de hechos en contrario las convirtieron en definitivamente imposibles. He aquí el texto:
La diputación permanente de la Junta Carlista del Principado de Asturias, ante la falta de organismo superior en el momento presente, ha juzgado necesario hacer pública la presente
DECLARACIÓN:
En 1977, a la muerte en el exilio de S.M.C. Don Javier de Borbón (q.s.g.h.) la normal sucesión se vio truncada por la inhabilitación en que había incurrido su hijo mayor D. Carlos Hugo por su infidelidad a los principios de la Tradición y por su aceptación del régimen imperante.
Desde entonces la Comunión Tradicionalista estuvo bajo la regencia de la Reina viuda Doña Magdalena de Borbón (q.s.g.h.) y del Infante Don Sixto Enrique, Abanderado de la Tradición, en la esperanza de que el hijo mayor de D. Carlos Hugo, S.A.R. Don Carlos Javier de Borbón, cumpliría su deber al alcanzar la mayoría de edad. Es aquí donde comienza la responsabilidad de esta Junta, al haber reconocido a Don Carlos Javier como Príncipe de Asturias legítimo.
Han pasado ya varios años desde que el Príncipe Carlos Javier cumplió la mayoría de edad; sin que, a pesar de algunos signos esperanzadores, haya manifestado su disposición a desempeñar las obligaciones de su rango o a prestar juramento de fidelidad a los principios tradicionales de las Españas y a los derechos y libertades de este Principado.
Por el contrario se dan los siguientes hechos: D. Carlos Javier utiliza documentación española conforme a la legalidad vigente, extremo que siempre había sido evitado por los príncipes de la Dinastía legítima por lo que representa de acatamiento a la usurpación reinante. Ha evitado recibir formación militar, indispensable para el desempeño de sus funciones. Y ha mostrado en otros aspectos su adaptación a los contravalores dominantes.
Los anteriores errores pueden encontrar justificación o disculpa, y atribuirse a inexperiencia o mal consejo. Pero recientemente D. Carlos Javier ha dado otro paso que muestra a las claras su absoluto abandono de las responsabilidades dinásticas y políticas que le corresponden: acompañado de su hermana Dña. María Carolina, ha asistido en Barcelona a la boda de Iñaki Urdangarín con la hija menor del Jefe del Estado, cuya familia representa desde 1833 la antítesis absoluta de la Familia Real carlista.
Este gravísimo error ha sido además innecesario y vergonzoso: la Casa Ducal de Parma fue invitada a la boda por La Zarzuela, sin que se esperase que viniera ninguno de sus miembros. A pesar de la invitación, La Zarzuela suprimió su nombre de la lista oficial de invitados facilitada a los medios de información y su presencia de las fotografías oficiales. Para redondear la humillación, la Infanta Dña. María Teresa (tía de D. Carlos Javier y colaboradora habitual del olvidado D. Carlos Hugo) intentó en el último momento que el diario ABC se hiciese eco de la presencia de sus sobrinos en la boda.
Nos parece manifiesto, pues, que D. Carlos Javier renuncia a sus derechos sucesorios. Éstos pasan, y así lo declaramos, a su hermano menor Don Jaime de Borbón y Lippe-Biesterfeld; de quien esperamos una pronta respuesta.
Entretanto, renovamos nuestra expresión de acatamiento a la regencia de S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón, a quien se comunica la presente Declaración.
En Oviedo, a cuatro de noviembre de mil novecientos noventa y siete, festividad de San Carlos Borromeo, Día de la Dinastía Legítima.
Refrendan esta declaración con su firma: Luis Infante de Amorín. Gonzalo Mata Fernández-Miranda. Jesús de Pedro Suárez. Víctor Rodríguez Infiesta. Manuel de Vereterra Fernández de Córdoba.
Lamentablemente, aquel Jaime de Borbón Parma que era el siguiente en el orden sucesorio ha seguido el mismo proceder irresponsable de su hermano mayor, y ha perdido también todos sus derechos. Pero la Dinastía no se acaba nunca, y las leyes sucesorias tradicionales prevén todas estas circunstancias.
Los leales asturianos, mientras tanto, permanecen vigilantes. La Monarquía tradicional y la sucesión legítima son demasiado importantes para las Españas, como para dejarlas en manos de vanidades.
Hoy hace doscientos siete años «deliberó la Junta con asistencia del Real Acuerdo, y por el que se celebró en el día de hoy, llevar á efecto el armamento del Exército Defensivo Asturiano, en obsequio de la Religión, de la Patria, y de la común felicidad».
La Junta Carlista del Principado, continuadora de la legitimidad de aquella Junta General (con la que nada tiene que ver el Parlamentín inventado en 1978) y de sus ideales (los de Dios, Patria, Fueros y Rey legítimo) tiene por costumbre emitir una declaración anual en esta fecha. La de este año no puede obviar que ayer se celebraron unas elecciones dicen que autonómicas, cuyos resultados dan algunos por novedosos. No lo son tanto: el Parlamentín en cuestión está formado por partidos políticos de siglas diversas, pero de considerable parecido en sus programas y en las ideologías que sustentan. Que en realidad no es sino una sola: la ideología de la posmodernidad, último vástago de las de la Revolución francesa que en 1808 intentaban imponer en España Napoleón y sus afrancesados.
Afrancesados son, pues, todos los partidos que se disponen a repartirse los despojos de Asturias. Europeístas, laicistas, divorcistas y abortistas; leales mamelucos del gran capital internacional. Mientras Asturias, y con ella España entera, no se sacuda el lastre de los partidos políticos, no podrá aspirar a la regeneración.
Vemos con esperanza cómo en las elecciones locales celebradas también ayer día 24, en varios concejos de Asturias han obtenido concejales candidaturas y agrupaciones independientes. Ese es el camino: apartar del gobierno municipal a esos partidos políticos inútiles, parasitarios, que dividen y no sirven, que usurpan y no representan.
En los albores de los siglos VIII y XIX, todo parecía perdido. Nuestros enemigos, mahometanos primero y europeos después (mahometanos y europeos, como ahora), eran la marea que anegaba la Cristiandad y amenazaba con tragarse España para siempre. Los asturianos de entonces reaccionaron: gracias a ellos seguimos existiendo hoy.
En esta segunda década del siglo XXI, ¿sabrán los asturianos actuales aprender del ejemplo de sus antepasados? Que el Espíritu Santo, en este tiempo de Pentecostés, así lo conceda.
Siempre presente el lema de nuestras banderas de mil ochocientos ocho:
RT @DiarioEsperanza: «El hecho incontrovertible es que si la Constitución ya albergaba en su seno la más profunda descristianización de nue… 4 hours ago